ÁNGEL GUERRA, PIONERO DEL ESTUDIO DE CEFALÓPODOS.
Tenemos el honor de poder realizar una entrevista a Ángel Guerra, pionero del estudio de cefalópodos. Cuando uno piensa en cefalópodos, una de las primeras personas que se le viene a la cabeza es el Dr. Ángel Guerra Sierra (Madrid, 1947), pionero en el estudio de los cefalópodos. Su trabajo con estos animales a lo largo de más de 50 años no ha dejado a nadie indiferente.
Muchos son los méritos y menciones de este Doctor en Biología (Universidad de Barcelona). Éstos, junto a su empeño y pasión, le hicieron ganarse un puesto de profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas; también, haber sido nombrado miembro de honor tanto del Consejo Internacional sobre Cefalópodos (2012) como de la Sociedad española de Malacología (2019). A lo largo de su extensa carrera, ha trabajado como jefe del grupo de investigación «Ecología y Biodiversidad Marina» en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo. Aquí ha estado asociado como investigador emérito hasta enero de 2020. Ahora, ya está jubilado.
¡Hola, Ángel! Muchas gracias por prestarte a hacer esta entrevista. Con ella comenzamos una nueva sección en la página, CEPHAVIEWS, y nos hace mucha ilusión que seas tú quien la abre.
La primera pregunta es de necesidad. Siendo de Madrid, una ciudad sin mar, ¿de dónde te viene el interés por estas criaturas marinas, los cefalópodos?
-Á: Resulta que mi madre era malagueña. Durante más de 15 años pasé todos los veranos junto al Mediterráneo. Eso deja huella, y, unido a mi afición por la biología desde muy joven, explica mi interés por el mar y las criaturas marinas.
¿Cómo comenzaste el estudio de los cefalópodos?
-Á: Al finalizar primer curso de Ciencias Biológicas en la Universidad Complutense Madrid, me planteé en qué universidad española podría estudiar Ecología Marina. Elegí Barcelona, entre otras razones porque allí daba clases el profesor Margalef. En 1969 acabé la carrera en la Ciudad Condal. Después, hice un curso de Biología Pesquera en el entonces Instituto de Investigaciones Pesqueras (CSIC, Vigo). Tras ello, entré a formar parte del Grupo de Recursos Naturales y Biología Pesquera de ese instituto en Barcelona. El jefe del grupo era el Dr. Carlos Bas, quien, digitalmente, me indicó que me hiciese cargo de asesorar en la pesquería del Banco Canario-Sahariano, donde la mayor explotación era de pulpo, sepia y calamar.
Y así comenzó mi dedicación a los cefalópodos. Como ese caladero quedaba lejos de la península, para obtener datos al objeto de redactar mi Tesis Doctoral, comencé entonces a estudiar la dinámica de las poblaciones del pulpo común (Octopus vulgaris) en la costa de Cataluña. En mis primeros pasos me ayudaron mucho los consejos del Dr. Enrique Morales. A medida que fui profundizando en el conocimiento de estos invertebrados marinos, me apercibí de que era un grupo muy poco estudiado en España y con un tremendo potencial para investigar en diferentes campos. Y, desde entonces, hasta ahora.
Cuando realizabas tus estudios había ya grandes referentes en el mundo de la Teutología (el estudio de los Cefalópodos). En tu caso, ¿quién te inspiró más en aquellos años?
-Á: En los primeros años, los dos investigadores europeos que más me inspiraron, y apoyaron, fueron Katharina Mangold y Sigurd von Boleztky del Labroatorio Arago (Banyuls-sur-Mer, Francia). Entre los británicos, destacar a Malcolm R. Clarke, Marion Nixon y J.Z. Young. Entre los norteamericanos, al profesor Gilbert L. Voss de la Universidad de Miami y a Clyde F.E. Roper de la Smithsonian Institution.
Tras haber trabajado con los mayores expertos de cefalópodos del planeta, ¿ha habido alguien con quien te hubiera gustado trabajar, pero no has llegado a coincidir?
-Á: Con el profesor Kir Nesis (1934 – 2003). Cuando conocí a Nesis (1985, en Washington D.C.) trabajaba en el Instituto de Oceanografía de la Unión Soviética, ligado a la Academia de Ciencias de ese país. Era un de los mayores expertos en Ecología Marina y cefalópodos del mundo. Por diferentes circunstancias, no pude ir a hacer una estancia con él, aunque mantuvimos contacto epistolar y publicamos algún artículo científico en colaboración.
Seguro que tienes un cefalópodo favorito, al que tienes más cariño por algo en particular. ¿Cuál es y por qué?
-Á: Indudablemente, el calamar gigante (Architeuthis dux). Desde 1999 hasta 2016, en colaboración con la ONG CEPESMA de Asturias y su presidente, Luis Laria, hemos estudiado más de 30 ejemplares capturados o varados en el Cantábrico. Eso hace que sea uno de los teutólogos que más ejemplares de esos gigantes marinos ha analizado en el mundo.
Mi interés se fundamenta en su enorme tamaño, su rareza, la gran cantidad de incógnitas que planteaba su ciclo de vida, comportamiento, ecología, su atractivo para el gran público, su posible denominación como especie emblemática para la defensa de los ecosistemas marinos profundos, etc. Sin llegar a ser una línea de investigación prioritaria, porque su acceso a datos es muy aleatorio, A. dux me ha proporcionado información relevante para media docena de artículos, el último en Ecology, y tres libros.
Siendo de mente inquieta, sabemos que, a pesar de estar jubilado, sigues en activo. ¿Qué proyectos tienes ahora entre manos?
-Á: Los proyectos en los que estoy ahora “embarcado” son tres:
1º) “Octopus americanus: a cryptic species of the O. vulgaris species complex redescribed from the Caribbean”, en colaboración con investigadores mexicanos.
2º) “The role of cephalopods in the biological carbon pump of global marine ecosystems”, en colaboración con investigadores de varios países, fruto de un seminario en el último Simposio del Cephalopod International Advisory Council (CIAC, St. Petersburg, Florida, 2018).
3º) “Ecological correlates of cephalopod brain”, en colaboración con el catedrático de la universidad de Vigo, Carlos Fernández-Jardón.
Como pionero en el estudio de los cefalópodos y tras todos los proyectos que has realizado a lo largo de tu vida, ¿te queda algún sueño pendiente a nivel profesional?
-Á: Dos. Bajar en submarino tripulado y filmar durante varios minutos un calamar gigante en su hábitat natural. Y ver cómo se desarrolla y consolida (todavía más) el grupo de investigación ECOBIOMAR, que fundé hace años.
¿Cuál es el recuerdo que guardas con más cariño de trabajar con cefalópodos?
-Á: El de las personas que se han formado a mi lado, sobre todo Ángel F. González, Santiago Pascual, Francisco Rocha, Bernardino González Castro, Mario Rasero, Vera Betancourt y Álvaro Roura.
Tras una amplia actividad docente, en la que has compaginado cursos de doctorado y másteres en varias universidades españolas con la dirección de un montón de tesis, ¿qué opinión tienes del sistema educativo español? ¿Qué mejorarías?
-Á: Aunque heterogéneo, pues la calidad varía según las CC.AA., nuestro sistema educativo es bueno. No obstante, mejoraría:
1º) La inversión. Aumentar la inversión en financiación, sobre todo para la investigación.
2º) Llegar a un acuerdo político (o pacto) que otorgue mayor estabilidad al sistema educativo a nivel estatal.
3º) Mejorar la selección de los candidatos a estudios superiores. No todo el mundo tiene necesidad de ir a la universidad. Reforzar, potenciar y valorizar la Formación Profesional.
4º) Invertir en la orientación académica y profesional.
5º) Reforzar la transmisión de conocimientos hacia la industria (I+D) y la implicación de ésta en la investigación.
Tras tu prolífica publicación de escritos científicos (cerca de 300 artículos, y muchos libros sobre Ecología y Biología Marina), ¿alguno de ellos tiene un especial significado para ti? ¿Por qué?
-Á: Sí. Hay dos. El primero es la monografía Mollusca: Cephalopoda (1992) publicado en la colección Fauna Ibérica (vol. 1). Se trata del primer tratado general sobre Sistemática y Taxonomía de estos invertebrados marinos, que vino a solventar una necesidad perentoria y a llenar un gran hueco en la fauna de nuestro país. Fue un trabajo pionero. El segundo es el libro El Instituto de Investigaciones Pesqueras: tres décadas de investigación marina española (2003), escrito en colaboración con Ricardo Prego, y publicado en la colección Estudios sobre la Ciencia del CSIC.
Y, respecto a tus trabajos de divulgación, de los cuales tienes un buen puñado de títulos −entre muchos otros: Salvaguardar el medio ambiente (2012), El anzuelo. Una expedición en aguas de California (2013), o, uno de mis preferidos, El Calamar Gigante (2016)−, ¿hay alguno que te haya resultado un reto mayor a la hora de llevarlo a cabo?
-Á: El reto mayor ha sido, sin duda, la preparación y publicación del libro Géants des profondeurs, escrito en colaboración con Michel Segonzac, y publicado por Editions QUAE, Ifremer, Paris, 2014. Además de publicarlo, tuve que hacer su presentación en francés en la sede del Institut Océanographique de Monaco en París. Todo un reto.
También has sido presidente del Centro Nacional de Ciencias del Mar (CECIMAR). ¿Puedes contarnos algo acerca de tu experiencia allí?
-Á: Aquí es necesario hacer un poco de historia. El Instituto de Investigaciones Pesqueras (IIP) nació en 1949 en el seno de la Sección de Biología Marina (SBM), vinculada administrativamente al Instituto de Biología Aplicada de la Universidad de Barcelona, y, económicamente, al Patronato Juan de la Cierva (CSIC, Madrid). Un año después, el SBM contaba con cuatro incipientes equipos de personal investigador y ayudantes, distribuidos entre Barcelona, Blanes y Castellón-Vinaroz. El 3 de octubre de 1951, la Junta de Gobierno del CSIC acordó que la SBM pasase a ser Instituto con el nombre de Instituto de Investigaciones Pesqueras.
La inauguración oficial del laboratorio de Vigo fue el 23 de septiembre de 1952, aunque este laboratorio funcionaba ya desde principios de 1951. Cádiz se incorporó dos años después. Los elementos fundamentales de la organización del IIP fueron:
1º) dependencia administrativa del Patronato Juan de la Cierva;
2º) sede central en Barcelona, cuyo director lo era de todos los laboratorios;
3º) en cada laboratorio había un director nombrado por el Patronato a propuesta del director del IIP, el cual debía informar al director del IIP de la labor realizada y los resultados obtenidos;
4º) el personal de cada laboratorio estaba formado por investigadores, ayudantes y auxiliares de investigación, personal laboral y administrativo;
5º) el personal era funcionario a plena dedicación.
«La labor de los biólogos en el sector industrial pesquero no ha sido fácil, (…) pero ha llevado a una mejora en la gestión de los recursos pesqueros, y a una visión precautoria respecto a su explotación, que asegura su sostenibilidad a largo plazo».
Así creció y funcionó el IIP hasta que el nuevo Reglamento Orgánico del CSIC (30/12/1977) hizo conveniente una modificación de los modelos organizativo y de gestión del IIP. La aplicación de este Reglamento al IIP, a través de normativas específicas que entraron en vigor en 1979, significó, entre otras cosas, la independencia y autonomía de los laboratorios, la elección democrática del director; también, la participación interna del personal en los órganos de gobierno y gestión de cada nuevo Instituto, que recibieron nombres diferentes: Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, Instituto de Investigaciones Marinas (Vigo), Instituto de Ciencias de Andalucía (Cádiz), e Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (Castellón).
Para dilucidar cómo se gestionaban los bienes comunes (biblioteca, revista, barcos…), para no perder contacto entre ellos y presentar una cara común ante las autoridades del CSIC, se creó el Centro Nacional de Ciencias del Mar (CENCIMAR). Carlos Bas fue nombrado presidente y yo secretario, cargo que me obligó a acudir a las reuniones trimestrales en Madrid, y que me ocupó hasta 1984, fecha en la que fui nombrado presidente por tres años, después de los cuales CENCIMAR desapareció, entre otras razones, porque ya había cumplido su misión.
¿Crees que, tras el trabajo realizado por los biólogos en el sector industrial pesquero en estos últimos años, ha mejorado la calidad de los productos comercializados? Y, respecto a su productividad y sostenibilidad, ¿qué cambios se están dando?
-Á: Con algunas excepciones, la integración de los biólogos en el sector industrial pesquero no ha sido fácil. Desde el sector se nos veía, al principio y en general, como unos intrusos que íbamos a recortar las capturas por mor de la defensa de los recursos, o a estigmatizar algún sistema de pesca como el arrastre.
Poco a poco, el entendimiento fue mejorando, y la labor de asesoramiento de los biólogos pesqueros del Instituto Español de Oceanografía y del CSIC hizo que las decisiones de la Dirección General de Pesca de la Unión Europea, del International Council for the Exploration of the Seas, y otras comisiones pesqueras (como CIEMS, CECAF, NAFO etc.), contasen con datos y expertos que defendiesen los intereses pesqueros de nuestro país, frente a los intereses de otras naciones con menor tradición pesquera o con intereses en los mismos caladeros. Esta labor ha llevado a una mejora en la gestión de los recursos pesqueros, y a una visión precautoria respecto a su explotación, que asegura su sostenibilidad a largo plazo.
Por otra parte, se incrementaron los proyectos de colaboración entre la industria extractiva, la de elaboración y comercialización de los productos de la pesca y los centros de investigación. En estos aspectos se han conseguido avances importantes en lo referente al aprovechamiento de los recursos, a la disminución de los descartes, la comercialización de especies que antes carecían de valor, o la preocupación por resolver un problema de índole sanitaria, como es el creciente parasitismo que se observa en numerosas especies.
Tras tu larga trayectoria en el desarrollo del cultivo del pulpo común, Octopus vulgaris, y con los últimos avances que está habiendo en este tema tanto por parte del Instituto Español de Oceanografía/Pescanova como del Instituto de Investigaciones Marinas/Armadora Pereira, ¿crees que es posible un manejo sostenible de su cultivo con márgenes razonables para el sector empresarial?
-Á: Según los datos de la FAO, de los aproximadamente cien millones de toneladas anuales de productos de origen marino hemos pasado de cinco a quince millones de toneladas en los últimos diez años procedentes de cultivos que provienen principalmente de productos cultivados en Oriente. Es un incremento notable. En Occidente las especies cultivadas con éxito y buena rentabilidad económica son generalmente de alto valor en el mercado, como el rodaballo o la lubina. En Oriente, sin embargo, el escenario es diferente. Pero, no cabe duda, que la tendencia general y mundial va hacia el desarrollo de la acuicultura.
Desde un punto de vista ecológico, la acuicultura que se ha desarrollado hasta ahora en Occidente tiene tres problemas:
1º) desarrollar sistemas artificiales que imiten el medio natural es muy caro;
2º) damos de comer piensos de pescado a peces, lo que es poco ecológico y rentable; y
3º) contaminamos. Los tres problemas tienen solución y ya se han logrado avances o se está en ello.
«Los equipos que trabajan en cultivo de pulpo en España van por buen camino, pero, a mi juicio, tardaremos todavía unos años en poder tener pulpo de cultivo».
En lo referente al cultivo “integral” del pulpo, es decir a cerrar el ciclo vital en confinamiento, porque el engorde es otro tema, el mayor problema es que Octopus vulgaris tiene una fase más o menos prolongada totalmente planctónica. En esta fase se alimenta de presas vivas de muy diferente naturaleza. El ciclo se ha cerrado varias veces, pero todavía no se han conseguido, al menos que se sepa fehacientemente, supervivencias que hagan el cultivo industrialmente rentable. Los equipos que trabajan en ello en España van por buen camino, pero, a mi juicio, tardaremos todavía unos años en poder tener pulpo de cultivo.
Has dirigido catorce expediciones científicas en el Mediterráneo, Atlántico y Pacífico. ¿Nos puedes contar alguna anécdota de tus travesías por el mar?
-Á: En la expedición que realice a California en 1979, en compañía de mi colega Germán Pérez-Gándaras, con objeto de saber si era posible desarrollar en aquellas costas una pesquería industrial de calamar (Loligo opalescens), un día, la red de arrastre que se empleaba capturó dos tiburones ballena. Eran un macho y una hembra adultos (¿que estarían haciendo en el fondo?), cada uno de tres toneladas de peso. Es una especie protegida. Los marineros lograron salvar uno de ellos, pero no llegaron a tiempo con el otro. Toda la operación, que duró más de una hora, fue arriesgada y muy emocionante.
¿Alguna vez pasaste miedo en una de estas travesías?
Pasé miedo en una de las expediciones de Fauna Ibérica realizadas a bordo del B/O García del Cid. Se trataba de una prospección mixta arrastre-buceo. Dos expertos buceadores habían descendido 60 metros para muestrear en una zona extensa poblada de Laminaria. Las corrientes alrededor de la isla de Alborán los llevaron muy lejos. Perdimos la localización de las boyas. Hasta que no los localizamos, pasadas más de media hora, pasé miedo de perderlos.
También eres el presidente de la Asociación Galega de Bioética, de cuyo blog estás al timón. ¿Qué tal la experiencia con las plataformas multimedia y redes sociales? ¿Crees que en estos momentos son imprescindibles para la Ciencia y su divulgación?
-Á: Primero decir que la ética de la vida siempre me interesó. Tiene una base filosófica imprescindible, pero aplicaciones prácticas de indudable interés. Y no sólo en el campo de la Biomedicina, sino también, entre otros asuntos, en el desafío de las tecnologías emergentes, del medioambiente y del cuidado de los animales.
Concretamente, en el caso del cultivo del pulpo, se han levantado voces en su contra, porque son seres sintientes que sufren, como todos los animales. Lo mismo podría decirse de otros cultivos o de las granjas de explotación. El sentimentalismo que muestra esta ideología es exagerado; entre otras razones, porque la estabilidad de los ecosistemas funciona sobre la base del equilibrio en las relaciones depredador-presa y, en numerosas ocasiones, la depredación natural es feroz y despiadada. Atribuir características y cualidades humanas a lo que no es humano es sinónimo de poco rigor, poca ciencia y una emotividad desenfocada; se trata de un antropomorfismo muy poco riguroso. Por otra parte, el sentimentalismo exacerbado está muy cerca de la intransigencia e, incluso, de la violencia. Hay consecuencias perversas cuando se abandona el sentido común en favor del culto a los sentimientos.
«Queda todavía mucho camino por recorrer hasta erradicar que haya desalmados que traten a los animales sin el respeto debido o los exploten sin piedad».
El error bioético básico de ese estilo de vida deriva de que el hombre, aun estando cerca de los animales en lo referente a su genética, bioquímica o neurología, y siendo incluso inferior en algunas percepciones sensoriales, está muy lejos de ellos. Afirma el paleontólogo Juan Luis Arsuaga en su libro El collar del Neandertal: «Los animales tienen −además de sensibilidad− deseos y conocimiento, pues quieren y saben, pero no parecen ser capaces de analizar sus propios deseos y conocimiento: no saben lo que saben, ni tampoco saben lo que quieren, porque les falta el tercer ojo, el que mira para adentro. La consciencia humana se dirige también hacia sí misma, y así somos conscientes de tener consciencia».
Sólo el hombre y la mujer son conscientes de sí mismos y racionales. Sólo ellos tienen creatividad. Únicamente ellos distinguen lo que está bien de lo que está mal. Sólo ellos tienen capacidad de comunicación basada en un lenguaje simbólico, transcribible a escritura. Únicamente ellos son conscientes de que inevitablemente van a morir, aunque tengan irrenunciables deseos de pervivencia y eternidad. La apertura a la trascendencia tan sólo se da en el hombre y la mujer. Sólo ellos pueden escapar de los instintos y ser libres, y, aunque condicionados por las circunstancias, responsables de sus acciones. Únicamente ellos son personas y, por tanto, sujetos titulares de derechos.
«El uso de las plataformas multimedia y de las redes sociales me parece positivo para la divulgación del conocimiento, también del científico. No obstante, debe hacerse de estos medios un uso apropiado, honesto y veraz».
En definitiva, los defensores de los animales sólo pueden aspirar a que el hombre les ofrezca una buena protección jurídica, mayor a medida que sus capacidades estén más desarrolladas. Hay una sensibilidad cada vez más fina para ello, como lo demuestran las legislaciones y las guías para la protección del Welfare Animal (Bienestar Animal) que se han desarrollado en las dos últimas décadas. Queda, no obstante, todavía mucho camino por recorrer hasta erradicar que haya desalmados que traten a los animales sin el respeto debido o los exploten sin piedad. Pero de ahí a considerar que cuando uno se come una chuleta de cordero o un plato de pulpo está siendo cómplice de un asesinato y de explotación animal, va un gran trecho.
Dicho esto, el uso de las plataformas multimedia y de las redes sociales me parece positivo para la divulgación del conocimiento, también del científico. No obstante, debe hacerse de estos medios un uso apropiado, honesto y veraz.
Con todos los nuevos avances tecnológicos que se van implementando en la Ciencia y la Investigación en los últimos tiempos, ¿qué trayectoria crees que va a tomar en el futuro la investigación sobre los cefalópodos?
-Á: Me parece que estos son los aspectos o retos más importantes para el futuro en la investigación de los cefalópodos:
1º) Encontrar nuevas formas de determinar su papel en la red trófica de los ecosistemas, de manera que se establezcan enlaces utilizando tejidos duros, isótopos estables, parásitos y conceptos novedosos en teoría ecológica.
2º) Explorar nuevos enfoques y técnicas para el estudio de la morfología de los cefalópodos.
3º) Desarrollar aún más la investigación en acuicultura de cefalópodos.
4º) Encontrar nuevas formas de analizar la adaptación de los cefalópodos y sus respuestas al cambio ambiental.
5º) Fortalecer las investigaciones sobre genética de cefalópodos.
6º) Desarrollar nuevos enfoques para la gestión de las pesquerías de los cefalópodos y su conservación.
¿Crees que la pandemia del COVID-19 ha afectado a los cefalópodos de alguna manera? ¿En qué?
-Á: Esta pandemia no ha afectado directamente a los cefalópodos en nada, pero sí los ha afectado indirectamente, ya que los investigadores y técnicos que trabajan con este material han visto entorpecido y retrasado su trabajo. Espero que pronto todo vuelva a la normalidad.
He tenido la suerte de poder disfrutar de alguna de tus conferencias, en las cuales te desenvuelves como pulpo en el agua. ¿Qué les dirías a todos esos futuros investigadores que tienen cierta reticencia a hablar en público? ¿Crees que tener esta capacidad bien desarrollada es algo necesario para el desarrollo de la Ciencia?
-Á: Saber exponer los hallazgos de nuestras investigaciones adecuadamente, y en público, es de gran importancia, como se demuestra cuando uno asiste a reuniones internacionales y hace presentaciones orales, o cuando da clases o conferencias. Es una capacidad necesaria que se debe y puede aprender.
Para terminar, Ángel. ¿Qué mensaje lanzarías a los aficionados y los nuevos investigadores de los Cefalópodos?
-Á: Primero, que lean y estudien. En segundo lugar, que integren a los cefalópodos dentro del campo general de la ecología marina. En tercero, que lean y escriban inglés con soltura. Por último, que aprendan estadística y manejen con cierta soltura las principales técnicas informáticas.
Hola,
Interesante entrevista. Tuve la oportunidad de conocer a Ángel hace varios años en un congreso. Es un gran científico y siempre muy simpático y entusiasta.
Solo espero que vuelva a renacer la taxonomía clásica.
Gracias por tu comentario, Alejandro.
Estamos muy de acuerdo contigo.
¡Un gran saludo!